Cómo me encontré con mi yo de 11 años.
O mejor dicho, como Taylor Swift me ayudo a volver a conocerme.
No es noticia que Taylor Swift viene a la Argentina en Noviembre.
No es noticia, lo sé, pero en mi rinconcito particular del mundo cada vez que lo leo es sorpresa.
Tenía 11 años la primera vez que la escuché. La descubrí en Youtube por un video muy original donde usaba anteojos y le hablaba a un chico a través de la ventana. Yo miraba, con mis propios ojos redondos atrás de mis propios anteojos grandes, y soñaba en una historia así como ella contaba. En un amor, en celos, en mensajes escritos en un cartel. Fue la primera canción de la que busqué la letra y que aprendí palabra por palabra en un idioma que entendía a medias. La primera canción que elegí, por mi cuenta, por mis propios gustos que ya empezaban a separarse de los de mis padres, y puse en mi habitación y baile y baile y baile.
Me obsesioné.
Escuche la canción, escuche el disco, escuche cada pedacito de suspiro que tomaba entre melodías una y otra vez. Y Taylor hablaba: me contaba de sus amores, de sus temores, me contaba de crecer como una niña. De ser una adolescente mujer y gustarse y amarse y de escribir. Taylor hablaba de escribir.
Cumplió 22 y yo cumplí 12 y soñé por 10 años que llegaran mis 22 solo para sentirme como ella; feliz, libre, confundida y sola al mismo tiempo. Soñé en tener un novio y que me rompiera el corazón para poder cantarle esa canción. Soñé con mi primer beso y si se sentiría como ella lo describía; como la adrenalina de saber que es algo traicionero.
Soñé y soñé mientras Taylor hablaba. Y soñé un poco más cuando se mudó y contaba de nuevas sensaciones y nuevos mundos y soñé todavía más cuando hablaba de amigas y viajes.
Y de repente; deje de soñar. Y Taylor dejó de hablar. O más bien; dejó de hablarme a mi. Porque (e)mi, yo, estaba lejana.
Novios, secundarias, bajones. Vivía todo lo que Taylor había contado y no quería hablarlo con ella. No quería porque me molestaba que me entendiera tanto alguien que no conocía. Me molestaba que la música pop, por sobre todas las cosas, podía hablarme de cosas que en verdad prefería ignorar.
Y de pronto Taylor también desapareció un tiempo y volvió un tiempo después y yo estaba tan sumida en una Emilia que no era Emilia que no volví con ella.
Hasta 2020. Mitad de año. Taylor saca un álbum sorpresa.
Y yo, ya recuperando a la Emilia que había estado lejana, escuché.
Y escuché y escuché y escuché.
Y ahora ya no hablaba de ser Taylor, ahora Taylor contaba historias que no eran suyas. Imaginaba cosas y las contaba y yo escuchaba e imaginaba con ella y yo escuchaba y escuchaba. Y seis meses después sacó otro álbum y yo también escuché. Y escuché tanto, tanto, que volví.
El otro día les decía a mis amigas que yo sentía que había entrado en la adultez más tarde: que mi juicio me había nublado al sentirme adulta por un largo tiempo. Y cuando al fin me sentía adulta, responsable, cuando al fin pensaba en el futuro: volví a ser Emilia de 11 años, redescubriendo a su artista favorita.
Porque conviven: la niña que fui y la mujer que soy. Conviven, necesariamente, obligadamente. No hay una sin la otra. Sin la niña de 11 años quien baila desenfrenadamente una canción que habla de amores no existe la mujer que baila desenfrenadamente mientras vuelve a su casa después de un día largo. Sin la niña de 11 años quien alguna vez escuchó y quiso ser, no existiría la mujer que escribe y que es.
Sin Taylor, por más absurdo que suene, no existen mis sueños. Yo soñé porque la escuche. Era una chica, un poco más grande que yo, que le pasaban cosas que yo soñaba. Y luego fue una chica a quien le pasaron las mismas cosas que a mi. Y una con la otra tal vez se complementan; me pasaban porque a ella le habían pasado y yo lo había escuchado. O tal vez no.
Tal vez a todas nos pasa lo mismo; la experiencia colectiva de ser una niña quien sueña pero debe dejar de soñar para convertirse en mujer. Tal vez a todas nos pasa lo mismo y no encuentro, por ahora, motivos más claros para escribir: alguien, entonces, me comprende.
¿Qué más se le puede pedir al arte?
Taylor Swift es de todas. Y no porque sea Taylor Swift, la superestrella pop. Taylor Swift es de todas porque supo escribir algo que todas compartimos. Supo escribir la experiencia de ser una niña en un cuerpo que crece a pasos agigantados. Supo escribir la experiencia de enamorarse y llorar de tanto amor. Supo escribir la experiencia de cumplir años, de viajar, de mudarse.
Supo escribir.
Y yo, con 22 años como los que siempre soñé tener gracias a ella escucho y deseo y escribo. Y ella apareció, como por arte de magia, cuando yo volví a mi piel: cuando volví a esa Emilia soñadora que quiso ser.
Y a mi, no me canso de decirlo, no hay nada que me intrigue más (para leer, comprender, soñar) que la magia. Esa energía mística, lejana, que no comprendemos pero sentimos. Que a veces tocamos con la punta de nuestros dedos como una brisa de verano que no vemos del todo pero que sabemos que esta ahí. Que reconocemos como parte de este lógico y cruel universo. Que conocemos, misericordiosa energía vital, porque nos deja imaginar un futuro.
Taylor Swift, con todas sus contradicciones, es un poquito maga.
De chica, una de mis películas favoritas tenía de protagonista a una niña que leía en voz alta y las cosas se hacían realidad. De chica, no podía encontrar mejor superpoder. Mejor magia. Taylor Swift, mi maga, mi bruja predilecta, toma algo y lo vuelve real. Taylor Swift es como esa protagonista; canta y hace magia.
Puede ser que esté sesgada en mi fascinación con su música. Lo admito, lo entiendo. Pero Taylor Swift es mi identidad. Y la identidad no es poca cosa. Acá en Argentina (en Latinoamérica también) lo sabemos un poco más que en otros lados. La identidad no se debe perder. Si se pierde la identidad, no queda nada.
Y no me hiere que sea la identidad de tantas; si algo le habla a tantas almas es porque está bien hecho. Y a mi me gusta encontrarme, categorizarme, me gusta sentirme parte de un todo. Me sentiría tan, tan, sola si no fuera así. Si mis gustos no fueran compartidos, si mi emoción no fuera también de otro. Que triste sería estar solo en un mundo. La emoción se contagia. Histeria colectiva, le dice una amiga a esa acción de contagiar el entusiasmo (hasta le inventamos un cántico al término).
Mi identidad está formada por varias aristas. Soy porque son. Si nadie fuera, yo no sería.
Y yo le agradezco a la niña de 11 que encontró por casualidad a su nueva artista favorita y también le agradezco a la niña de 20 que la reencontró. A la niña de 20 que hizo paz con su niña interior porque ahora entiendo. Ahora lo reconozco;
Estábamos peleadas.
Y quiera o no, la niña quien se indispuso, quien lloró por su novio, quien hizo amigas, quien decidió usar lentes de contacto, quien mastico chicle para no comer, quién perdió amistades, perros y vacaciones, quien decidió abrirse un tik tok para compartir lo que escribía; es mi más cercana confidente.
Y es con quien tuve que reconciliarme. Es a quien le tuve que pedir perdón, una y otra vez, por las veces que la masacre ante el espejo, ante otros. Por las veces que me burlé de ella, de sus amores y pasiones y dolores.
Me reconcilie con la niña que escuchaba Taylor porque la entendí: yo también la escucho, le dije. Y llore. Y ella lloró. Porque al fin, al fin, no estábamos separadas.
Al fin éramos una y nos entendíamos: al fin, al fin, nuestros sueños eran compatibles.
Al fin, después de años perdida en sonidos que no se parecían a la magia milagrosa y bailable que es el pop, volví a cerrar los ojos y dejarme imaginar.
Y por supuesto, volví a escribir.
Como me enseñó Taylor Swift a mis once.
Como me enseñó mi papá quien se inventaba historias cada noche, y mi mama quien me leía cuentos una y otra vez y como me enseñaron mis abuelos con su biblioteca a mi disposición. Soy porque son. Escribo, porque primero aprendí a hacerlo. Y no puedo negar - aun en mis etapas más indies de adolescente turbulenta - que Taylor Swift es gran parte de quien soy.
No me gustaría conocer a Taylor Swift; no quiero perder la ilusión de que es bruja. Pero si lo hiciera, le diría gracias.
Al resto, a mi familia y amigos y personas que me comprendieron y que leen esto: también, gracias. Son parte de mi identidad y aunque tal vez no les dedique un escrito en mi newsletter, espero que lo sepan. (Tampoco se agranden que ninguno de ustedes escribió la canción Seven)
Y como a veces digo que ciertas cosas son mías, esa sensación de egoísmo a la que no le puedo escapar (hay momentos que me gustan que solo me pertenezcan a mi), me agrada, me emociona, que Taylor sea de todas. No podría concebir un mundo si nadie compartiera los dramas de ser una niña. Hay una palabra en inglés que es intraducible. Una mezcla entre niñez y niña, que describe ese momento de ser una niña en crecimiento: girlhood. Todas vivimos la girlhood. Y me alivia que todas la compartamos.
En un banco en una plaza de alguna parte del mundo, Janice le dedica a su amiga Judy lo siguiente:
A mi amiga de toda la vida Judy, de Janice:
Fuimos niñas juntas.
A mis amigas, a Taylor Swift, y a quien sea que comprenda la infancia femenina:
Fuimos niñas juntas. Gracias por hacerlo ameno.
Nota: días después de escribirlo descubrí que la frase “fuimos niñas” es el título de un libro de 1886 (!!!) y me pareció increíble lo permanentes que son ciertos dilemas humanos. Pueden pasar centenas de años e igual dolemos como dolían antes y disfrutamos como disfrutaban antes. Hace años somos niñas. Me siento (aún) más acompañada.
El libro de mi profesor está lleno de pedacitos de papeles de colores que evidencian lo mucho que le interesa. Nos lee un párrafo y sube la voz y nos mira a los ojos y repite el párrafo sin separar la mirada como si quisiera meternos a la fuerza lo que dice: levantarnos una tapa en el cráneo y empujar información por ahí con sus dos manos, con el peso de todo su cuerpo.
Un grito de al lado me despierta y miro por la ventana es un chico tirado de rodillas y llorando con una camiseta de fútbol. Atrás, los fuegos artificiales revelan una victoria y yo miro desde mi ventana y mi suspiro mancha el vidrio: mi respiración borronea la imagen del chico arrodillado en su jardín.
Miro una película. Anoto con fervor en mi cuaderno chiquitito que me entra en una mano lo que me interesa lo escribo a las apuradas y despues no entiendo lo que dice abrevio todo para no perderme nada y estoy a oscuras solo me ilumina la pantalla: los actores son grandes y me miran mientras mueren.
Cumplo 23 en unos meses:
todavía me abruma ser humana.
Esto lo tipie a mano leyendo desde mi cuaderno donde lo escribí. Para hacerlo más rapido quise escanear con mi celular lo que decía. Claramente, no funciono. Pero de ese mamarracho de letras y confusiones, quedo el mismo texto rearmado y mejor de lo que yo lo pudiera haber pensado:1
Mí profesor está lleno de de papeles de colores gel y evidencias. Nos lee separa la mirada como si quisiera meternos a la fuerza vía tapa en el craneo la información y ahí empujar con sus dos manos su cuerpo. Un Grito de al lado. Me despierto y miro por la ventana es un chico tirado de rodillas y llorando una camiseta de Fútbol. Los legos atificiales revelan una victoria y yo miro desde mi ventana Y mi suspiro mancha el vidrio. Yo miro una película у аnoto con fervor es mi cuaderno chiquitito. Algo que me interesa lo escribo a las apuradas y despues по entiendo lo que abrevio. Para no perderme estoy a oscuras. Solo me ilumina la pantalla. Los actores son antes y me miran. Mientras mueren, cumplo. En unos meses: todavía me abruma ser humana.
Cosas que me gustaron este tiempo, cosas que recomiendo:
Succession. Voy por la tercera temporada porque la miro acompañada pero la hubiera terminado ya. Odio a todos los personajes tanto que un poco los quiero. Todos saben de qué se trata, no hace falta que explique. En HBO.
Babel, R. F Kuang. Para quienes leen en inglés, porque creo que no esta en español latino (en España si creo haber visto tienen una edición). Sigue la historia de Robin, un jovencito cantonés en el siglo XIX, cuando lo sacan de su tierra y lo llevan a Inglaterra para eventualmente estudiar en el Instituto de traducciones de Oxford. Es una especie de realismo mágico donde el imperio britanico se sostiene por unas barras de metal mágicas que solo pueden ser usadas a través de traducciones - de los espacios donde los idiomas son parecidos pero no significan lo mismo y hay un vacío donde todo es posible - y traen nativos de otros países para agilizar ese proceso. Robin pronto se dará cuenta que no todo es lo que parece en esa universidad. Academia, amistades, y reflexiones sobre imperios y violencia y rebeldía. Mi nuevo libro favorito. (Es bastante largo!)
Los espigadores y la espigadora, Agnes Varda. Documental de poco más de una hora que explora los espigadores antiguos y modernos con una mirada crítica y bella. Agnes siempre es poesía. En Mubi.
Nos vemos la próxima.
Gracias, siempre.
Emi.
pd. si alguien que lee esto va a ver a taylor el 9 de noviembre avisenme que intercambiamos pulseritas :)
Si modifique las mayusculas y los puntos, pero todo el resto esta donde decidió mi telefono que debía estar.
Me sentí muy identificada, me paso exactamente lo mismo con otro artista y lo describiste tal cual. Deje de escucharlo muchos años, y debo admitir que cada vez que me siento bastante mal, vuelvo a enojarme con esa niña interna. Hacia meses no lo escuchaba, y ayer me encontré bailando en la cocina esos temas de pop que me llenan el corazón como ningún artista logro hacerlo. Gracias por siempre tener las palabras justas, es hermoso lo que escribís, nunca me canso de leerte. Beso! <3