Mi alergia estacional a los finales.
o el tiempo como aliado, el invierno como amigo, y los finales como terrones de azúcar.
Los Paraguas (1883), Renoir.
La cocina es fina en la casa de mi prima. Yo estoy de un lado, apoyada contra una mesa donde la cafetera trabaja, y mi prima del otro, su espalda contra la mesada. Tomamos café en silencio para no despertar a los nenes que duermen en una habitacion cercana. Nos reimos en silencio, tambien, por alguna anecdota que ahora no sabria repetir y tapamos nuestra risa con la taza y evitando la mirada de la otra. El silencio invita a la risa y nosotras no podemos frenar ni la risa ni el silencio. Escucho como su risa choca contra la taza, un tintineo que jamás habia registrado y mis ojos se posan en la cafetera donde una gota de cafe cae y salpica un poco la mesada.
Mi prima tintinea, el cafe cae, y yo me angustio: no quiero que esto termine.
Tengo que armar la valija. Me voy de su casa por la mañana, vuelvo a mi país. La gota de cafe es negra, salpica y yo comprendo que el cafe va a dejar de gotear, eventualmente. Y que no va a volver, nunca más, este exacto momento. Las palabras, las edades, las relaciones. Nada es para siempre y yo ansio que cada momento, entonces, dure más de lo que debería durar. Que el tiempo se imbrique como yo lo ordene. Se lo pido ingenuamente al cielo, antes de dormir.
Algo de mi deseo se cumple; damos vueltas en el auto cuando llegamos al aeropuerto porque llegamos temprano e ignoramos que somos las ultimas en llegar. Tal vez, se me ocurre, el tiempo escucho mi plegaria. Tal vez arremetio contra el resto y a nosotras nos dejo ilesas de su efecto, por unos momentos, en donde estuvimos suspendidas manejando por el laberinto que resulto ser el estacionamiento del aeropuerto.
La hamaca paraguaya casi toca el pasto bajo mi peso, bajo el peso de mi amiga. En el telefono, otro amigo nos habla a 9mil km de distancia. Hablamos, porque ya no hay nada más que hacer. Los juegos fueron jugados, las charlas triviales charladas, los chistes contados. La noche callada incita a recordar: y eso hacemos. Recordamos detalles que el otro había olvidado. Reparamos las memorias recortadas a los tijeretazos. Las emparchamos con otros pedazos de memoria del otro; los pegamos una arriba del otro como un collage, como un vestido hecho de retazos de distintos colores y texturas.
Siento como se congelan los dedos de mi pie. Lo tengo mojado hace unas horas y todavía no entiendo porqué. No me muevo más que un ligero temblor inevitable ante lo gelido del clima. No me muevo; no quisiera romper el momento, el hechizo del tiempo que una vez más decidio ceder ante mi diaria plegaria.
Estoy ahí, en la montaña del recuerdo compartido.
El viento me mueve el pelo y mis dedos se congelan por otro tipo de frio, otro tipo de miedo. Mis amigas también están, y veo en sus miradas el terror de encontrarse devuelta enfrascadas en el mismo momento y mi amigo por el telefono está preocupado y las olas de preocupacion me aplastan el centro del pecho. La montaña tiene el mismo sabor que la noche. Luego no recuerdo la hamaca paraguaya ni la textura del invierno. Luego lo unico que recuerdo es la montaña. Lo unico que recuerdo es al tiempo, una vez más, dejandome ilesa de su efecto.
La próxima vez que me pasa estoy manejando. Luego razono que fue porque estaba cansada pero mi parte espiritual, mi parte que no sucumbe ante el escepticismo de mi persona, cree que una vez más apareció mi amigo tiempo. Escucho musica y manejo y no entiendo como se mueven los relojes o si estan frenados. Soy sola en una infinita ruta, soy sola cantando fuerte en la oscura noche para no dormirme.
Eventualmente llego a casa y cuando miro para atrás aun veo el boliche del que salía. Como si hubiera doblado una frazada y dos puntas se hubieran juntado: todo el camino que manejé quedo debajo, acurrucado, listo para ser guardado.
Y el tiempo me sonríe una vez mas, burlon, como advirtiendo que hay maneras de engañarlo. Que hay maneras de trucharlo.
Es muy tramposo, verán, y le gusta cuando alguien lo desafía. Y es por eso que no veo finales.
No es que los odie. Los quiero, a los finales. Admiro el poder de síntesis, el rejunte de todos esos pequeños datos esparcidos a lo largo de la historia. Me gusta señalar las incoherencias, me gusta emocionarme con los epílogos. Me gusta el momento de muerte, de llanto, de risa.
E igual no los miro.
Me cuesta separarme de las cosas que quiero. Me cuesta despegarme forzosamente de alguien que se va: que se despide hasta nuevo aviso. O que se despide para siempre. Me cuesta entender la larga despedida.
Tal vez es porque estoy acostumbrada a saber que las despedidas no son finales. Tengo familia en ligares muy lejanos y aunque no nos veamos por años se que en algun momento nos volveremos a ver. Son despedidas sin final.
Pero cuando el final es certero, simplemente no lo hago. Y cuando los retomo años después ya no son finales, sino comienzos.
-empecé a ver el final de the 100- le digo a una amiga y se rie.
Porque claro: cuando dejo el final como comienzo el final no me duele aun si es terminante. Y el tiempo también se rie desde mis lados, mis frentes, mis costados. Siento su risa en todas partes, me estremece.
Me gusta hacerle trampas el tiempo. Y a él le gusta tramposearme, también: A veces, me sorprende con los finales. No los puedo prever. Me los lanza a la cara, deja que exploten en mis ojos.
Me levantan, casi siempre, de un sueño. Quiero decir, estuve dormida durante la mayoría de los finales que me apresaron.
Patitas que se acercaron a mi entre medio de la lluvia, la condena que sabía que llegaría, y el final entre mis brazos, convulsionando.
Palabras que casi no comprendía, una especie de incertidumbre, y el final lejos de mí, en alguna camilla de hospital.
Audios en mensaje de texto, azul acalambrando mis ojos, y el final tan cerca que casi lo tocaba y lo arrancaba hacia mí para sostenerlo siempre contra mi pecho. Para dejarlo ahí acurrucado para siempre.
Pero como yo no suelo comprenderlos, los finales tampoco me comprenden. Se alejan, asustados, de mis manos firmes. Se ponen contra una esquina y evitan mi mirada.
Y mi amigo el tiempo me compadece.
Me da pequeños ratitos donde me puedo acercar a los finales de a poco, dejar que me huelan, dejar que los acaricie.
Y yo estoy tan agradecida, por esos pequeños ratos donde me puedo acurrucar con los finales, que le prometo algo.
Si me sorprende con esos momentos donde el tiempo se frena, donde me pierdo en laberintos de estacionamiento, donde el rechinar de una hamaca es el viento de una montaña y donde la carretera es larga, entonces tal vez pueda adiestrar a los finales.
O dejar que los finales me adiestren a mí, solo el tiempo sabe como es la cosa.
Y el tiempo cumple su promesa.
Yo sé que los finales se aproximan, los veo en el horizonte. Pero ahora sé que el tiempo me prometió más tiempo, y los saludo mientras llegan a mis manos.
Prefiero la dulzura de la condena.
Los invito, incluso, a endulzarme el café. Estoy condenada a un final. Condenada a finales chiquitos finales grandes y finales agridulces.
Que me endulcen el café, entonces, asi por lo menos puedo saborearlos.
Estoy escribiendo un cuento y me asusta tanto terminarlo (re-editarlo y borrar y escribir un nuevo comienzo) que quiero dejar esta etapa antes de finalizarlo inmortalizada. he aqui un pedacito:
Sofía estaba acostumbrada a la orfandad. Desde el fallecimiento de su abuela unos años atrás se las había arreglado hasta que apareció un dia su tía, o quien decia ser su tía, con un sobre en mano y una carta de su madre con una postal. Portugal, decía la postal, con una letra que pertenecia a una decada pasada, y una fotografia de un mar y una isla pequeña y verde que se asomaba entre todo el azul. Habia tomado un par de semanas para que Sofía confie en está tia lejana, pero finalmente había aceptado. Un viaje gratis es un viaje gratis.
Y ahí estaban, entonces, Sofia y su tía cruzando el mar portugues con destino a una isla pequeña y casi que abandonada.
A su tía se le paso el mareo, eventualmente, y se sentó a su lado, sosteniendose el pecho con una mano como si tratara de frenarse el inminente vomito. Sofía le dió un pañuelito que encontró abollado en el bolsillo de su campera y, con mucha elegancia de manos finas y anilladas, su tia se limpio disimuladamente. El conductor del bote era un señor muy petiso y muy robusto, de un tono de piel bien blanco que no coordinaba con su trabajo de 12hs bajo el sol. La fera, les habia dicho, que trabajaba en la fera normalmente pero que tenia su bote particular y que las podia levar. Una vez subidas al bote, no les habló más.
Su tía no podía hablar, tampoco, y el ruido del mar distraía lo suficiente como para que Sofía no intentara llenar el silencio. Es que a Sofia no le gustaba el silencio. El silencio la había perseguido toda su vida, hasta escondido en los rincones mas reconditos, donde menos se lo esperaba, y Sofía no lo soportaba más. Su novio le decía que era ironico que le tenga tanto miedo si era quien la habia acompañado siempre, que tendría que ser más un consuelo que un terror. Pero Sofía no podia evitar como los ecos de conversaciones pasadas resonaban en sus huesos, en su pecho, cada vez que se lo encontraba. Y si algo no le gustaba a Sofía era la ausencia. No podia, no podia, soportar la ausencia.
Por eso, por más sospechoso que le había sonado la llegada de está tía lejana, había aceptado el viaje. Si su tía podía llenar una ausencia, entonces Sofía podría llegar a estar menos triste.
Estoy suscripta a una newsletter que se llama ars poetica. Te manda cartas y te recomienda poemas y justo, justo, ayer hablo de un final. Hablo del final de la primavera; es decir, del comienzo del invierno.
Aqui traduje algunas partes destacadas que me gustaron mucho.
Trees’ leaves fall in autumn blindness. we shed. the husk is peeled from the grain. we are suddenly, profoundly bare— and, finally: there is less between ourselves and the World.
Las hojas de los arboles caen en la ceguera del otoño. Nos despojamos. Se pela la cascara del grano. Nos encontramos, de pronto, profundamente descubiertos, desnudos- y finalmente: hay menos entre nosotros y el mundo.
and we enter Winter for a time, if we do it bare, we do it right. this is simple.
Y entramos al invierno por un tiempo. Si lo hacemos descubiertos, lo hacemos bien. Es sencillo.
this is your debt to it, little voice: you will have Winters. you will watch your own heart’s dismantling in awe. you will be devastated. there will be times where you can only utter: how could such? and what if?
Esa es tu deuda, vocecita: vas a tener inviernos. Vas a observar a tu propio corazón desmantelandose en asombro. Vas a devastarte. Va a haber momentos donde solo vas a poder proferir: como podría ser? y que tal si?
it is your birthright to be devastated.
Estar devastado es tu derecho.
Estar devastado es tu derecho.
Hoy, todo me devasta. Me devastan los arboles desnudos, las huellas de los perros marcadas en el cemento ya seco, las uñas pintadas a la perfeccion pero rotas en la punta, mis pies desnudos en mis pantuflas, el olor a guiso de lentejas.
Todas las pequeñas cosas que forman al mundo me hacen añicos: no soy más que un comienzo un nudo y un desenlace. No soy más que aun otra historia. No soy mas que una mancha de café en una pagina de un libro.
No soy más que infinitos finales que se acercan a mi encuentro.
Lo unico que puedo hacer es dejarlos que me endulcen mi café.
Y dejar que el azucar me devaste.
La llegada del invierno es esencial para volver a los viejos habitos: la lectura de clasicos, el visionado de peliculas en blanco y negro, cocinar un budin de banana.
Mi recomendación de hoy va por el otro lado.
Subieron Avatar: el camino del agua a Star + y a Disney y es el mejor momento para verla. (Si no se acuerdan nada de la primera también recomiendo verla antes, no tiene desperdicio)
Una historia con inicio, nudo y desenlace. Con arcos de personaje, con antiguos personajes que queremos. Quiero decir; un comienzo despues del final que nos habia dejado Cameron con la anterior.
Ya lo dije durante todo este newsletter: no me gustan los finales. Y Cameron me regala (si, a mi personalmente, lo charlamos y todo) una nueva historia con nuevos personajes nuevos comienzos y nuevas tierras.
Ya saben cuanto me gusta la fantasia, los mundos creados desde cero. Avatar es eso. Un mundo nuevo que habla del nuestro.
Además, cuenta la leyenda que para la primera película a Cameron se le ocurrio una forma muy particular de usar el arco y flecha para sus personajes y los arqueros (?profesionales le dijeron que iba a ser imposible. Cameron siendo Cameron le dio al blanco en su primera prueba.
Si con eso no los convenzo…
Dejense devastarse con un mundo ajeno al nuestro- miren al nuestro con ojos de ese mundo ajeno y devastense, devastense, de nuevo.
Gracias por leer, siempre.
Me voy a ver Avatar. Hasta luego.
Emilia.
Hermoso...
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